Cada vez que escuchaba historias de personas que hacían algo por primera vez y sentían como si hubieran estado haciéndolo toda su vida, me mostraba reacia a creérmelo.
Para ser sinceros, siempre creí que era una táctica para captar clientes o simplemente una forma más elaborada de fanfarronear. Pero claro, luego está el universo que siempre me da un bofetón en todos los morros cada vez que se me ocurre cuestionar algún hecho.
Pues así, sin más, me ocurrió cuando hice mi primera sesión de fotos con una parejita que estaba esperando a su bebé. Por supuesto que habré tenido errores en esa sesión, y en muchas otras que le siguieron. Soy una persona a quien le encanta aprender y nunca dejaré de hacerlo.
Ni de broma quiero llegar a ser la típica fotógrafa que alardea de su perfecta ejecución cada vez que presiona el obturador y que, según muchos, no desperdician ningún disparo.
Yo sí, y bastantes, ja, ja, ja. Pero he de confesar que, a pesar de la corta experiencia como fotógrafa que tenía entonces, en esa sesión salió todo rodado y me sentí muy cómoda capturando y documentando esa maravillosa espera. Como si hubiera estado haciéndolo toda la vida, vamos.
Se trata de la sesión de embarazo de Carla y Juanvi. Una joven pareja que, a sus 23 años ya esperaban a su primer hijo. No puedo negar que yo iba nerviosa, a pesar de que les dije:
“Por favor, mantened vuestras expectativas bajas”
Mi carácter puñetero de perfeccionista me decía que tenía que hacerlo bien a toda costa. Un secretito, eso de las expectativas, sigo diciéndolo a día de hoy, no falla.
Fuimos a la Cala de la Renegá en Oropesa del Mar (Castellón) para hacer la sesión de embarazo. Una cala donde no encontramos playas de arenas doradas ni palmeras o chiringuitos. Pero hay unos surcos rocosos que forman una especie de cuevas y que enmarcan rincones con mucho encanto que serpentean a lo largo de toda la cala. Además hay una zona de arboleda con pinos que también ofrece un escenario diferente y obtener lo que yo llamo un dos en uno (dos sesiones de fotos en una).
La sesión duró un par de horas y primero realizamos las primeras tomas en la zona del pinar. Decidimos qué ropa se pondrían para cada espacio y fuimos directos la sesión de embarazo. Como era septiembre, todavía podíamos disfrutar de bastantes horas de luz pero, casualidades de la vida, ese día estaba nublado y contábamos con una luz bastante plana. Aunque confieso que a día de hoy, soy amante de la luz suave que proporcionan los días nublados.
Como siempre pasa, los primeros veinte minutos de una sesión son en los que los modelos siempre muestran más vergüenza, y no saben “qué hacer”. Por eso me gusta guiar un poquito a aquellos que al principio se bloquean, luego les sale solo, les nace de forma natural. Una vez ellos vieron que el objetivo no muerde, se olvidaron de que había una cámara y empezaron a contarme su historia regalándome momentos preciosos, comenzaron, por fin, a darme las llaves de su mundo, a mostrarme sus almas. Con ellos, fui testigo de momentos verdaderamente tiernos. Tan tiernos como lo son entre ellos.
¡Ojo! No hubo solo momentos pastelones que digo yo, se notaba en el ambiente que se lo pasaron pipa. La verdad es que nos reímos mucho, acabamos mojados y rebozados en gravilla – sobre todo una servidora – e incluso hubo tomas falsas. Pero lo más importante es que Carla y Juanvi siempre tendrán un recuerdo precioso de cuando faltaba muy poco para que Ander viniera a revolucionar sus vidas.